DESPEDIDAS
Todo cambia.Nada permanece. Si nunca nos hubiésemos ido, nunca habríamos vuelto. No habríamos conocido otros lugares, otras situaciones, otros brazos. Y lo peor de todo, no hubiésemos podido compartir lo experimentado con los que nos rodean. A veces los viajes son para siempre y no hay marcha atrás. Pero si antes otros no se hubieran marchado no habría sitio para que nosotros ocupásemos el espacio en el que vivimos. Y siempre, antes de la partida está la despedida o el escape de ella. He leído miles de veces que "despedirse es morir un poco". Las despedidas siempre han sido un buen tema de inspiración para cualquiera, hasta para los más cursis y bizarros como yo. Por eso de entre todas las canciones de despedida me quedo con aquella de Los Manolos de las paraolimpiadas del '92 de "Amigos para siempre lairolairolairolá..." Aquí van siete despedidas. No necesariamente las más entrañables ni las más representativas de mi vida. Tan solo las siete que me apetece escribir esta noche de incomprensión o de cansacio, que al final puede que sean cada una consecuencia de la otra.
1.- Creo que alguna vez he hablado del mejor sueldo de mi vida, aquel que me gasté en cafés con leche. Pues bien, todo acabó con un "no es tu culpa, no es nuestra culpa, pero estás despedido".
2.- Las mejores despedidas son aquellas que significan "hasta luego" pero de las que no tienes la certeza de que se cumpla ese significado. Te entra miedo absurdo, ansiedad, te aceleras y, por si acaso, buscas cualquier lugar un poco oculto de la estación para dar todos losbesos que quedan por dar, aunque son tantos que no te da tiempo.
3.- Mi abuela se murió. Es triste, pero es natural que los nietos enterremos a los abuelos. Con ese pragmatismo intenté yo tomarme la muerte de mi abuela, que es mucho más dramática si tenemos en cuenta que cuando se muere una abuelo se muere un padre o una madre de tu padre o tu madre. Cuando llevaban el féretro de la iglesia al cementerio por el camino empedrado, metía las manos en los bolsos de la chaqueta para protegerme del frío de la sierra. Recordé entonces que, la mayoría de las veces que había ido por el camino empedrado lo había hecho del brazo de mi abuela. A causa de su edad y por todo lo trabajado a lo largo de su vida no caminaba bien. Pensé lo ignorante que había sido por no haber caminado más de su brazo y por no haberle preguntado más por el mundo y la lengua que se mueren cuando se mueren las abuelas.
4.- Clara se fue. No mostrarme demasiado interesado en su despedida es una forma de negar que se estaba despidiendo y a su vez de negar que se fue. No es fácil acostumbrarse a que determinada gente está en tu vida de paso.
5.- Mi última noche en Grecia la pasé borracho. Era triste marchar, pero tenía tantas ganas de volver a Asturies que me daba bastante menos pena de la presupuesta. Yo me iba, pero seguía conociendo gente nueva incluso las últimas horas en las que paseaba por la playa de Kalamia. Tenía la maleta hecha desde hacía un par de días. Había guardado ya hasta las sábanas. Apenas tenía una hora para dormir antes de marchar. Ya era de día y nos quedamos todos dormidos en el patio sobre toallas húmedas y mantas viejas. Desperté con una resaca horrible. Nadie más se despertó al oír mi móvil. Me fui sin decir nada, pero tenía la sensación de que alguien me seguía. Y así era. En mitad de la avenida Apostolos Pablos aparecío Lidsa con su andar despreocupado, como haciendo que no me seguía. Intenté despistarla y a la vuelta de la esquina tomé un taxi hasta la estación de autobusés. No perdí el tiempo y facturé el equipaje. Pero antes de que el autobús arrancase rumbo a Atenas Lidsa ya estaba merodeando por allí, haciéndose la loca como siempre. No era la primera vez que me seguía hasta la estación, en esos casos anteriores a la de tren. Incluso alguna vez seguía en el andén cuando volvía de Atenas. Pero aquel 21 de agosto, cuando el autobús puso rumbo a la salida de la autopista, Lidsa lo siguió. Iba corriendo a nuestro par. Aprovechando las paradas en los semáforos para ladrar a las motos y rascarse las pulgas. Cuando el autobús entró en la vía rápida Lidsa se quedó a la entrada haciéndose nuevamente la loca mientras a mí se me escapaban unas lagrimillas de corrupia griega.
6.- Sonó la puerta y apareció mi jefa murmurando algo sobre el frío y la lluvia que a todos nos sorprende, sorprendentemente. Sonreía, como siempre. No le presté demasiada atención. Seguí con lo mío. Escuché sin demasiado interés lo que le decía a mi compañera. Y resultó que le decía que se iba, que mañana ya no iba a ser nuestra jefa. Me incorporé a la conversación.No puede evitar pensar en el destino que le espera a mi ex-jefa en un pequeño pueblo salmantino. Me la imaginaba, a la vez que me alegraba por ella y por su nuevo trabajo, como la maestra de "Obabakoak" o como la maestra, también rural, del cortometraje asturiano "7337". Arreglamos unos cuantos trámites pendientes, nos deseamos las mejor de las suertes, acordamos vernos en alguna de esas situaciones que luego rara vez succeden, nos dimos un par de besos y se fue. Y me quedé con cara de gilipollas. Pensando que la voy a echar de menos. Pensando en el cariño que le coges a la gente con la que te cruzas en la vida sin darte cuenta.
7.- Una niña jugaba con una figura de caucho de E.T. el extraterreste. Ana se propuso contarle a modo de cuento el argumento de la película. Le contó la historia adaptándola con gran maestría y teatralidad a la psicología de la oyente. Pero no me gustó el final que le dio. Le dijo que ET se fue pero que volvió a visitar a Eliot periódicamente. Unas veces cada quince días, otras por vacaciones, dependiendo un poco de la disponibilidad laboral del extraterrestre marrón y del tráfico interespacial.No dije nada al respecto. Me mordí la lengua de listillo repelente que tengo y permanecí en silencio escuchando a Ana como desde lejos, desde donde viene la lluvia fría del otoño a hacerse escuchar en habitaciones de luz amarilla. Pero al rato, como volviendo de un pensamiento profundo, estendí el dedo, hice como que tenía la mirada perdida, me acerqué a la niña, le puse el dedo en la sien y con la mejor voz de alienígena que pude encontrar le dije: "yo siempre estaré aquí adentro".